miércoles, 30 de diciembre de 2009

Fausto

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El doctor Fausto es viejo; el doctor Fausto es nostálgico. Lo último es privilegio de lo primero: los anhelos de la juventud son del mañana, nunca del ayer. Porque lo que busca el doctor es lo que ha perdido, o cree haber perdido, en su juventud lejana.

Fausto quiere acceder a la posibilidad del conocimiento y a la posibilidad del amor, a aquello que su asistente Wagner llama "iluminación" y a lo que Fausto se aferra: "¡Bello instante, no te esfumes!", clama con palabras que le presta Goethe. Para tal iluminación, la ciencia humana le parece poca y busca ayuda en la magia. Entonces aparece, como es fama, Mefistófeles.
 

Mefistófeles se define como un fracasado: alguien que desea hacer el mal y que, a su pesar, hace el bien. Quiere ser absolutamente malvado pero Algo se interpone, y sus endemoniadas argucias y artimañas no dan el resultado previsto. Este es uno de los rasgos más curiosos del demonio: a nosotros, como a Fausto, nos parece que el mal triunfa casi siempre, y damos como prueba las grandes y pequeñas miserias de nuestra vida, los horrores e infamias de nuestra historia. Pero para el demonio (que debería saber de estas cosas) no es así. A pesar de todo el sufrimiento humano, parece que el bien, a la larga, triunfa.



 

 

 


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