viernes, 22 de enero de 2010

El baile de los ahorcados

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Os invito a tomar su lugar en la plaza pública para presenciar un baile que seguramente llenará de regocijo vuestros morbosos corazones, sedientos de retorcida justicia e infame espectáculo.
El verdugo comienza a dar los primeros pasos en tan macabro vals ocultando su gozo tras una negra máscara.
Una vieja soga cuelga ansiosa, esperando abrazar la desdicha del condenado.
El verdugo acomoda la soga; bajo la máscara se babea mientras sus ojos se llenan de sangre.
La muchedumbre aclama extasiada.. el verdugo, cumpliendo con los mandatos del maligno acciona la palanca, dejando solo un despojo colgando solo en su miseria.

Belcebú triunfo!



El baile de los ahorcados
Arthur Rimbaud (1854-1891)

 

En la horca negra, amable manco,
bailan, bailan los paladines,
los descarnados actores del diablo;
danzan que danzan sin fin
los esqueletos de Saladín.

¡Monseñor Belcebú tira de la corbata
de sus títeres negros, que al cielo gesticulan,
y al darles en la frente un revés del zapato
les obliga a bailar ritmos olvidados!

Sorprendidos, los títeres, juntan sus brazos gráciles:
como un órgano negro, los pechos horadados ,
que antaño damiselas gentiles abrazaban,
se rozan y entrechocan, en espantoso amor.

¡Hurra!, alegres danzantes que perdisteis la panza ,
trenzad vuestras cabriolas pues el escenario es amplio,
¡Que no sepan, por Dios, si es danza o es batalla!
¡Furioso, Belcebú rasga sus violines!

¡Rudos talones; nunca su sandalia se gasta!
Todos se han despojado de su toga de piel:
lo que queda no asusta y se ve sin escándalo.
En sus cráneos, la nieve ha puesto un gorro blanco.

El cuervo es la cimera de estas cabezas rotas;
cuelga un jirón de carne de su flaca barbilla:
parecen, cuando giran en sombrías refriegas,
rígidos paladines, con bardas de cartón.

¡Hurra!, ¡que el cierzo azuza en el vals de los huesos!
¡y la horca negra muge cual órgano de hierro!
y responden los lobos desde bosques morados:
rojo, en el horizonte, el cielo es un infierno...

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